Ph.D.Tomás Páez
Los datos del número de usuarios de las redes sociales de enero de 2020 sitúan a Facebook en primer lugar, con 2.500 millones, seguida de youtube y, en tercer lugar, whatsapp, con 1.600 millones de usuarios; esto es en más de 180 países. La sexta posición corresponde a Instagram, con 1.000 millones, y en la casilla número 13 está twitter, con 340 millones. Son logros espectaculares en muy pocos años. Tan súbita expansión nos advierte: no resulta difícil sucumbir al embrujo de las redes; amplían las modalidades de comunicarnos, convivir e interactuar.
Tales plataformas han sido las grandes aliadas del proyecto global de la diáspora venezolana, del estudio y el Observatorio, y a través de ellas se mantiene activo el enjambre de relaciones con las organizaciones diaspóricas en el mundo, lo que permite desplegar la Política (con P mayúscula) en todo el orbe. En tiempos de confinamiento, su versatilidad ha permitido prodigarse en encuentros virtuales del éxodo venezolano.
Los miles de millones de usuarios generan un extraordinario Volumen y Variedad de información a gran Velocidad. Por ellas transitan sesudos análisis, montajes, noticias falsas, comentarios irrelevantes y campañas de desinformación. A través de una de las plataformas, whatsapp, es posible conversar con personas a distancia, compartir fotos, textos y vídeos en tiempo real de manera “gratuita”. Se estima que una persona consulta esta aplicación cerca de 40 veces al día.
Ésta, junto a las demás plataformas sociales, forma parte de la tendencia digitalizadora global (big datal, inteligencia artificial, etc.) y constituye una portentosa herramienta de relación interpersonal y grupal, lo cual explica su creciente uso en el marketing empresarial y político, en particular en campañas electorales. Su empleo se extiende a los más diversos espacios, escuela, trabajo, gremios, partidos políticos, además de los encuentros sociales ocasionales.
Las plataformas sociales se encuentran en el epicentro del debate político actual en torno a la libertad de expresión. Hechos recientes como la decisión de twitter de etiquetar los escritos por D. Trump, el rol desempeñado por las plataformas en los eventos electorales que fueron señaladas de contaminarlos difundiendo noticias falsas y desinformación. El caso emblemático es la intervención rusa en las elecciones de USA, hecho reconocido por 17 agencias de investigación de ese país.
Las plataformas concentran una gran cantidad de información de enorme interés e inmenso valor para empresas, organizaciones e instituciones, y ello les otorga un enorme poder. Nos preguntamos si esto no es perjudicial para la democracia. En cuanto a la censura, nos interrogamos acerca de si las plataformas tienen derecho a la censura y bajo cuáles parámetros, las razones de censurar a unos y no a otros, quiénes son los “censores” y cuáles sus “atributos”, y quién el responsable de otorgar esa potestad.
La censura y eliminación de argumentos ¿no es acaso una agresión a la libertad de expresión? ¿Las plataformas son canales a través de los cuales discurre la más variada información de Internet o son medios de comunicación con línea editorial propia? La censura requiere de poder para ejercerla y supone la existencia de individuos, empresas o instituciones capaces de discernir lo adecuado de lo inadecuado, lo “correcto” de lo “incorrecto” y considerar que la inmensa mayoría de los ciudadanos son minusválidos necesitados de orientación.
En este terreno, en lugar del censor, me inclino por la pluralidad de la información y su democratización, que apuestan por la capacidad de discernimiento del individuo. Resultan indudables las ventajas de las plataformas. Son vehículos a través de los cuales se ejerce la libertad de expresión y que han servido para democratizar el acceso a la información, el cual es necesario preservar y ampliar.
Algo distinto es identificar aquellas organizaciones responsables de administrar cuentas desconocidas (Troll) y programas informáticos (Bot) concebidos para desinformar, agredir, propagar información falsa, etc., convirtiendo la libertad de expresión en libertad de agresión.
Las plataformas sociales e internet facilitan expresar opiniones; éstas, en palabras de Hannah Arendt, se construyen socialmente, se someten a prueba y amplían, solamente donde hay encuentros genuinos con opiniones diferentes y hay disposición a someterlas a crítica. Es importante blindar los diferentes puntos de vista con datos y respaldos empíricos. Un texto de Thays Peñalver nos proporciona un excelente ejemplo de una opinión infundada: “muchos opinaban e incluso pronosticaban
tormentas perfectas, ahora, sin -gasolina, televisión, medicinas, efectivo, etc.-, en fin, con la destrucción, se generaría un cambio pues el país no lo soportaría”; y esto lo sostenían pese a todas las evidencias en contra.
Entre opinión y verdad fáctica existe una enorme brecha. Afirma Hannah Arendt: “los hechos dan forma a las opiniones, y añade, la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos. La verdad tiene un carácter despótico: los hechos están más allá de los consensos”. La autora, en su obra, indaga acerca de los orígenes del totalitarismo y nos dice que, para estos, los hechos resultan de escaso interés …añade, “las mentiras resultan a menudo mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, porque quien miente tiene la ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia espera o desea oír. Aún así, en circunstancias normales, el mentiroso es derrotado por la realidad, quien no se rinde ante las evidencias de ésta es un ignorante.”
Para la autora, verdad y política nunca se llevaron bien; entre ellas existe una difícil relación y en el totalitarismo la ruptura es absoluta, se instala la negación de la pluralidad y el reino de la “mentira totalitaria” . Esta tiene una particularidad, busca ajustar los datos a la mentira o simplemente desaparecerlos (no hay datos de la diáspora, de la inseguridad o epidemiológicos en Venezuela) y añade, el efecto de este proceder en el mediano plazo, es la pérdida de referentes confiables para establecer la cooperación interpersonal. Ha sido la destrucción de la verdad, más que su ocultamiento, lo que ha hecho mayor daño al espacio público. De nuevo, la verdad, y no las meras opiniones, es el fundamento de la acción política.
Las plataformas e Internet favorecen el libre flujo de información y la libre expresión de opiniones y contribuye de este modo a la existencia de un mundo común, compartido. Por supuesto no aquella información ni las opiniones carentes de fundamento alguno, pues como afirma H. Arendt, “es la información objetiva la que garantiza que nos podamos pronunciar sobre algo con un anclaje en lo real, huyendo de realidades paralelas o de la tentación de trasladar a lo público meras inquietudes privadas. Las opiniones solo pueden formarse a condición de que existan esa información objetiva y una discusión auténticamente plural y abierta; de lo contrario, habrá “estados de ánimo, pero no opiniones”.
Los grupos de alcance global creados en las redes sociales pueden contribuir a la formación de opinión a través de debates abiertos y enriquecedores de las opiniones o, por el contrario, en “mercados virtuales”” en los que cada quien difunde sus “inquietudes privadas”. Dependiendo del carácter y propósito de creación del grupo se corre el riesgo de que quienes participan no debatan y ni siquiera escuchen a los
demás e incluso se excluya y rechace a quienes sostengan argumentos contrarios a la “opinión” o más bien “estado de ánimo (¿ideología? ¿punto de vista?) del grupo” Quienes participan en diversos “chats grupales” han podido escarmentar en carne propia el haber recibido un mensaje repetido en varios de grupos de los que hace parte, incluye vídeos, tuits, opiniones con escasos o nulos asideros en la realidad, etc.
En pocos minutos se reciben centenares de mensajes que desbordan la capacidad del usuario y del teléfono y se puede pensar que, más que un propósito, el grupo es un pretexto, un espacio al que se asiste sin interacción alguna o escasa a lo sumo.
Los usuarios se enfrentan a la disyuntiva de revisar o ignorar los mensajes recibidos. La escasez de tiempo es el gran aliado de la función “vaciar” o “eliminar los mensajes” que ofrece la plataforma. Hay quienes, pese a pasar más tiempo vaciando que revisando mensajes, no se atreven a salirse de los grupos, aunque en algunos hayan sido agregados de manera inconsulta.
¿Cómo hacer para que los grupos funcionen y sus integrantes participen y emitan opiniones fundamentadas? ¿Cómo sacar provecho de los grupos? ¿Qué otras plataformas podemos combinar para fortalecer el trabajo en grupo? ¿Cómo y porqué estar pendiente de la conducta en las redes? ¿De qué manera evitar que estos grupos se conviertan en diálogos de sordos? Son preguntas que consideramos útiles para quienes participan y desean fortalecer las redes grupales.
Para intentar responder algunas de ellas conviene establecer al momento de creación del grupo, los objetivos, criterios, cantidad adecuada de participantes y reglas de funcionamiento, lo que se espera de todos y las formas de hacer seguimiento. De este modo se anima a los integrantes a compartir y debatir opiniones y así fortalecer el trabajo en equipo. Es recomendable acompañar los chats grupales de encuentros virtuales para evaluar lo realizado y fijar los siguientes pasos del grupo.
El inmenso espacio público creado por las plataformas sociales podría verse debilitado al arrogarse el derecho de expulsar o eliminar expresiones. El debate se produce en medio de dos pandemias, la creada por el COVID19 y la que produce la forma de gestionarla. Ambas ocasionan una gran depresión global. No la combatimos cercenando la libertad de expresión ni ahogando la esperanza. Necesitamos más libertad y menos censura, más pluralidad y menos pensamiento único, más acuerdos, pactos y diálogo: más democracia y más libertad.